Una pequeña y agradable librería con su propio encanto, a punto de tocar la hor
a de cierre en un frío invierno, un propietario que se imagina qué habría sido de él si nunca se hubiera atrevido a seguir lo que su corazón le pedía desde niño: abrir su propia librería. El propietario se para un segundo y empieza a recordar todos los momentos dónde los libros le aislaban de la realidad cuando tenía problemas en casa, cuando se sentía mal o simplemente le apetecía dejar de pensar. Siempre han sido su lugar seguro, su refugio; sus padres y la gente de su alrededor siempre le decían que tenía que dejar de hacerse ilusiones pensando que iba a llevar una librería, pero hoy, él está en una esquina de su tienda esperando a que la gente que pasa de largo, se interese y entre.
Pasan las horas y con ellas, la gente, no llega a entrar porque son libros de segunda mano, porque no es una gran empresa, por que es humilde, etc… Hasta que diez minutos antes de cerrar, una chica de unos 18 años, que lleva buscando toda la tarde una librería con encanto, con la magia que le hace sentir el olor a libro viejo, acogedora, clásica, etc… entró por la puerta y en cuestión de segundos se enamoró de lo que vio, se quedó atrapada, sin palabras, en esa librería donde nadie entraba, estaban viejas ediciones de todos los clásicos, de los mejores libros. Se pasó un buen rato allí, el propietario contactó visualmente con ella y los dos se dieron cuenta de que estaban en el mismo sitio, a la misma hora y que compartían el mismo sentimiento hacia los libros. La chica salió y los dos se dirigieron a puntos distintos de la ciudad pero con la misma idea: se habían dicho todo sin decir nada. Tal vez estaban alucinando o tal vez no, lo que quiero decir es que si nos paramos a pensar siempre en el qué pasaría si, se nos iría la vida volando. Quizás se volverán a encontrar en un futuro, o quizás no pero lo que tienen asegurado es que cada vez que pasen por una librería se acordarán mutuamente el uno del otro.
(María Menéndez, 4ºA)