La noche lúgubre y oscura se encaramaba por su cuerpo como mil sanguijuelas. La tenue luz de la luna se reflejaba débilmente en sus lágrimas. era su amada; a tres metros bajo tierra siendo devorada por las lombrices. El cementerio tenía un aire espeso, como la del, y lo único que se oía era el viento meciendo las hojas y algún animal asomándose para ver la tristeza.
No debería haber pasado.
Fue un accidente.
Se repetía una y otra vez. Pero sabía que jamás volvería. De repente, el silencio sepulcral fue atravesado, un crujido muy anegado se oyó, se levantó la tierra y, finalmente, salió.
(Nicolás Postlbauer Villa, 4ºD)